Capítulo II
Un día, mientras Císfode sacaba un set de vasijas del horno y Ernest ultimaba los detalles de decoración de una hermosa e imponente vasija, se acercó al taller una persona muy misteriosa... Inmediatamente Ernest lo miró y se dirigió hacia la puerta, pensando que era un posible comprador, pero con cierta precaución, dado el aspecto del visitante. Pero no. No era un comprador. Esta persona miró fijamente a Ernest y metió su mano por debajo de la túnica que llevaba puesta. Ernest esperó lo peor. Císfode, temeroso de lo que podía suceder, dejó caer la pala con el set de vasijas y contuvo el aliento. Cuando Ernest estaba por gritar, este ser misterioso develó su secreto. Sacó su mano y en ella tenía... una caja con dulces. ¿Una caja con dulces? – se preguntó Ernest. “Me llamo Abbad, y trabajo en el hogar de niños abandonados de la ciudad, estamos vendiendo estos dulces, realizados por los chicos, para juntar fondos para el hogar”... Ernest exhaló la respiración que había contenido y le dijo: -“que susto me pegaste viejo!!!, pensé lo peor. Tomá esto...”. Ernest le dio un par de monedas al señor y rechazó el dulce alegando que estaba a dieta. El hombre se marchó agradeciendo el gesto de Ernest. Luego de comentarios de rutina, volvieron a sus tareas.
De repente, una persona, mucho mas misteriosa que el anterior hizo su ingreso en el taller. Llevaba una túnica negra. Tenía cubierta la cabeza y la mayor parte de la cara. Solo dejaba ver sus ojos. Estos tenían aspecto rasgado, como los que recordaba de sus viajes a China. Sin decir palabra alguna, este hombre dirigió su mirada tanto a Ernest como a Císfode y luego contempló todo el muestrario de vasijas que tenían en el taller. Se acercó a una, especialmente grande y bien decorada. La observó. Le pasó la mano comprobando la calidad. Miró nuevamente a Ernest. Elevó su cara, pero sin sacar los ojos de Ernest. Este, con la voz atragantada, dijo: “Bienvenido a mi taller, desea que le muestre algo en particular?”. El hombre sin decir palabra dirigió su mirada a la gran vasija y volvió a mirar a Ernest. A lo que respondió: “Le gusta esa señor?, se nota que tiene buen gusto, es una de las mas hermosas que he fabricado. Pero por su costo no la he podido vender. Desea que se la muestre mejor o quizás alguna otra mas económica?”. El hombre asintió con la cabeza, pero no aceptando la sugerencia de Ernest, sino como entendiendo lo que había sucedido. Miró una vez mas a Císfode, que para este momento, ya había dejado de recoger las vasijas rotas que había dejado caer con la anterior visita y miraba el comportamiento del nuevo visitante. Dio media vuelta, y sin decir palabra se fue. Detrás de sus pasos, Ernest fue hasta la puerta para observar hacia donde se dirigía este misterioso visitante, pero al llegar a la puerta no lo vio mas, había desaparecido.
Esa noche, mientras cenaban, Ernest contó la historia que habían vivido ese día y un poco preocupado y un poco mas tranquilo le fue dando un tinte gracioso. Toda la familia terminó de cenar entre carcajadas y chistes relacionados con el tema. Unos días después ya nadie se acordaba de lo acontecido. Excepto Ernest. Algo en su interior había cambiado...
(Ne te pierdas mañana el capítulo III de esta historia, llamada "La Maldición" y que cuenta la historia de... mmm... mejor no te digo nada y visitame mañana para enterarte.)
MenteFrita
martes, 26 de mayo de 2009
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esta buen che
ResponderEliminarfrito lay
abrazo sdesde salta
santiago
www.santiagoalvarez.com.ar