Capítulo IV
El Emperador se dirigió hacia el interior del taller acompañado por el General Qian. Detrás de él, como su misma sombra, lo seguían tres sirvientes a cada paso que daba. Hizo un breve recorrido visual por las estanterías y se detuvo en la vasija mas grande e imponente que tenía Ernest. Esta vasija media casi lo mismo que el Emperador. Era de una porcelana de excelentísima calidad y tenia detalles pintados a mano que le daban una frescura y al mismo tiempo un rasgo místico que sedujo al exquisito gusto del mandamás chino.
Liu Bang tenía 35 años y hacía dos que se había coronado Emperador de China. Su imperio estaba en pleno auge económico ya que se extendía día a día. Contaba con una fuerza militar abrumadora. No había ejército que podía hacerle frente ante el gran poderío, basado fundamentalmente en la cantidad de soldados. Su ejército tenía millones de soldados. Los ejércitos oponentes, perdían las batallas, incluso antes de que terminaran de llegar todos los soldados chinos. Así que esto era un factor fundamental en la extensión casi constante del Imperio. El poder de Liu Bang era impresionante.
Mientras miraba la vasija, levantó una mano y uno de sus asistentes se acercó. Era su intérprete. El Emperador, por su condición de tal, no se dirigía directamente a nadie. Lo hacía por medio de sus intérpretes. Luego de escuchar al Emperador, agachó la cabeza y se dirigió a Ernest, que seguía inmovilizado por los soldados. Le comunicó que el Emperador había elegido la vasija grande y que se la llevarían. Ernest internamente pensó que había salvado el futuro de su familia, ya que por lo que valía la vasija, no pasarían mas penurias y que su familia podría darse muchos gustos. Ernest le dijo al intérprete que con mucho gusto y le informó el valor de la misma. El intérprete se acercó al Emperador y casi al oído le susurró el monto. El Emperador, giró su cabeza y por encima del hombro miró por primera vez a Ernest con gesto de disconformidad. El intérprete se acercó nuevamente a Ernest y le dijo: “El excelentísimo Emperador de China, Liu Bang, dice que no es de su agrado la forma con la que usted maneja este asunto. Que tendría que mostrarse un poco mas servicial ante tan imponente presencia y que además vino de tan lejos, luego de treinta días de viaje”. Ernest sabía que no podía ceder, porque sino perdería esta gran oportunidad. Ernest dijo: “Me halaga que el Emperador haya venido de tan lejos para ver mis artesanías. Pero viste como esto, si le gusta tanto, que la pague”. Obviamente este comentario no fue muy feliz y causó un gran desagrado en toda la comitiva Imperial, incluso al mismo Emperador que no estaba muy acostumbrado a que le opongan cierta resistencia a sus peticiones. De hecho en sus tierras si el emperador iba a alguna aldea y se paraba en alguna tienda a buscar algún objeto, ese negocio quedaba como bendecido y queda mas que claro que nunca le cobraban nada. Era un honor que el Emperador los visitara. Pero Ernest no era chino, ni quería serlo. Solo quería el dinero para vivir cómodamente con su familia.
(Como seguirá? Cuanta intriga !!! Además, está por venir lo mejor !!! Aguanten hasta el próximo capítulo...bancá, lo escribo y vuelvo... jejeje)
jueves, 28 de mayo de 2009
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